Es hora de volver a escribir para mi viejo blog. Luego de un
paréntesis de casi dos años, quiero retomar la costumbre de compartir con todas
y todos lo que pasa por mis manos y sale de mi corazón. Esta nueva etapa de “Pensar,
Comunicar y Educar” me es grato comenzarla manifestando que desde hace tiempo
había sido “admirador” de un personaje extraordinario llamado Jesús de
Nazareth. Definitivamente un héroe de renombre, un ícono de todos los tiempos,
el hombre que dividió la historia del mundo.
Les cuento que comencé a admirar a Jesucristo por allá en
los años de la preadolescencia. Una gran organización dentro de la Iglesia
Católica llamada “Campamentos Juveniles” tenía sedes conocidas como “Carpas” en
muchas parroquias del país. En plena década de los 80 “Carpa La Pastora”, en
Caracas, concentró la energía de un buen grupo de jóvenes que aprendían sobre
la vida de Jesús, le ponía entusiasmo a la misa y demás actividades de la
parroquia, impartían catecismo, hacían acción social y se nutrían
frecuentemente en retiros espirituales, cuyo contenido se adaptaba por edades
de los asistentes.
Allí desarrollé los cuatro niveles que la organización
establecía. Retiro de valientes, para los niños menores de 11 años, retiro de
amigos (11 a 14), retiro de pre-centrales (15 a 17) y retiro de centrales o
Cursillo de militantes, para los que se perfilaban como líderes, de 18 años en
adelante. De cada retiro salíamos con una “nota espiritual” extraordinaria, que
se reflejaba en unas ganas inmensas de servir. Les digo además que de ese
tiempo surgieron vínculos de amistad y hermandad que hasta el día de hoy se
mantienen.
Sin embargo, de manera inexplicable, de ese tiempo, surgió también
una raíz que me llevaría años más tarde a declararme necesariamente ateo.
Supongo que esto ocurrió cuando se juntaron la admiración física a Jesucristo,
la falta de revelación verdadera ante la expresión “cordero de Dios que quita
el pecado del mundo” y la idea de que en una corriente del pensamiento como la teología de la liberación podría
encontrar la misión de un cristiano.
Comencé a transitar un camino de vida sin Dios, sin oración
y alejado de toda idea manipuladora y religiosa. La libertad del ser es una
misión que se sustenta en acción real, palpable. La vía es el amor, la
solidaridad, la búsqueda de la paz. Abrí mis sentidos y mi mente a la validez
de diversas tendencias como una forma de encontrar las respuestas que cada
quien necesita. La política y la religión se convirtieron en mis temas de
estudio y conversación preferidos. Desde la forma como el gobierno de Haití
mezclaba prácticas ocultistas en las políticas de estado, hasta la ceniza
sanadora que salía de las manos de Sai Baba, todo era bueno para un gran banco
de cultura general.
Pero en ese gran cúmulo de información siempre la figura de
Jesús seguía teniendo un lugar de suma importancia. La influencia de su
pensamiento en la humanidad, la consistencia de su doctrina, su carácter radical,
carisma, valor, humildad, entrega, sabiduría… la lista es interminable. Jesús
seguía siendo, el gran ejemplo a seguir para servir y ayudar.
Recuerdo que en una oportunidad me encontraba bastante
ebrio, compartiendo alguna disertación revolucionaria con mi hermano Julio
Quintana. Esa madrugada le dije: Julio, yo creo que el camino es Cristo. Sin
necesidad de profundizar mucho en el tema Julio me hizo entender, al igual que
Fidel se lo dijera en su momento a Chávez, nosotros éramos cristianos “en lo
social”. Lo demás era parte de un cuento fantástico.
Es sumamente gratificante poder decir hoy con absoluta
certeza que esa “otra parte” del cristianismo es la única que, realmente, puede
amparar sin contradicciones ni confusiones a la primera que consideré como válida
para mi vida. Lo que ha quebrantado mi alma, me ha llamado a servirle y orienta
mis pasos es más real que tú y que yo. Es camino, verdad y vida.
Ya no soy admirador de Cristo por que dividió la historia;
ahora lo amo porque Él es la causa de la historia. Ya no soy admirador de Jesús
por su consistente doctrina; ahora lo amo por la verdad que me reveló. Ya no
admiro a Jesucristo por su ejemplo de vida; ahora lo amo porque de Él brota la
vida. Ya no admiro a Jesús el Mesías por considerarlo
un gran ejemplo para la humanidad. Ahora lo amo porque nos salvó.
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